Hace unos días que he llegado de mi fantástico viaje veraniego y siento una nostalgia como nunca he experimentado antes del lugar donde he estado. No sé el motivo de esta añoranza y más cuando es una ciudad extranjera a la que he conocido por primera vez y con la que no comparto ni idioma, ni gastronomía, ni costumbres, ni tengo lazos familiares... A veces, no hace falta tener una afinidad determinada con un lugar para desarrollar una conexión con el sitio para la perpetuidad.
Y esto es lo que me ha pasado con PARÍS.
París es la ciudad europea que siempre he tenido idealizada desde niña y que por fin este año, ese sueño de conocerla se ha hecho realidad. Siempre me han hablado de su belleza y su grandiosidad. Francamente se quedaron cortos en describírmela. Lo cual es entendible, ya que es tal el derroche de encanto, grandeza y elegancia que se respira en la ciudad, que es imposible poderla pormenorizar.
Son muchas las razones por las que he tenido idealizada la ciudad y la sensación que me queda es que ha merecido la pena.
Se dice que los viajes los hacemos, por placer, para conocer, para descubrir, para descansar, para pasarlo bien... en definitiva los hacemos por nosotros. En mi caso a todos estos aspectos se añaden motivaciones e ilusiones que en la mayoría de los casos se me han forjado desde mi niñez. Un ejemplo claro ha sido mi viaje a París.
Una de mis influencias han sido "Los Tres Mosqueteros", famosa novela de Alejandro Dumas. No sé las veces que la habré leído y por supuesto las veces que me habré divertido viendo las diferentes adaptaciones de la novela que se han llevado a la gran pantalla.
Como niña de los ochenta que fui y soy, siempre me quedaré con el lema del "uno para todos y todos para uno" dicho por Dartacán y los tres mosqueperros. La serie de dibujos animados, "Dartacán y los tres mosqueperros" significó mucho en mi infancia, y a través de sus episodios pude descubrir una ciudad, que me dejó cautivada y abrió la brecha de la curiosidad e interés de quererla conocer.
Dartacán fue mi primera ventana a París y a sus tejados.
No he podido evitar y en más de un momento sentirme Luis XIV, el rey sol, mientras paseaba y me dejaba seducir por la belleza arquitectónica y ese armónico trazado geométrico de las calles parisinas.
Estar en París ha sido poder disfrutar de todo lo aprendido en mis años estudiantiles. Ha sido poder respirar toda esa historia que venían en los libros de Ciencias Sociales de la EGB, así como admirar el arte que nos venían en los mismos manuales a modo de fotografía, pero esta vez en el lugar adecuado: Louvre, D'Orsay, Rodin,...
En mi caso, el cine se ha convertido, en más de una ocasión, en una especie de guía de viaje visual. Gracias al uso de la fotografía, del montaje, de la imagen, de las luces... y por supuesto de las bandas sonoras, en muchas películas un simple escenario se ha convertido en un protagonista clave y eterno.
De todos es bien sabido, que soy una mitómana y el cine juega un papel fundamental en mi vida. Por lo que, otras de las razones por las que he tenido mitificada a la ciudad, no cabe duda que es por el séptimo arte.
Títulos como "Un americano en París", "Casablanca", "Frenético", "Una cara con ángel", "Amelie", "Sabrina"... me han mostrado a un París que sin darme cuenta se convertía en un personaje más que me estaba conquistando.
Crecí en los 80 y eso significa que una parte muy importante de mi infancia la pasé delante de la televisión disfrutando de grandes series infantiles, juveniles y de adultos, de grandes ciclos cinematográficos, de magníficos programas educativos y por supuesto, de fantásticos programas musicales. Fueron muchos los solistas y grupos extranjeros, que cada vez que venían a España, se pasaban por los programas musicales del momento. Igualmente asistí al nacimiento y explotación de lo que entendemos por videoclip musical. Entre vídeo y vídeo hay uno que recuerdo porque además fue un vehículo para promocionar el mítico film de James Bond, "Panorama para matar". En este caso el vídeo clip corría a cargo de la banda británica Duran Duran.
Con mi visita a París he descubierto que la Torre Eiffel no es plateada ni blanca, como me la imaginaba. Es color caramelo oscuro. En mi caso, creo que haberla mitificado por el cine no me dejaba verla con su color o haberla imaginado de forma más racional y no a través de una emoción. Es curioso, el poder que tiene el uso y manipulación de las emociones, que te hace ver lo que ellos quieren que veas y como ellos quieren que lo veas. Esto me ha pasado con la torre pero al final ha merecido la pena, pues es como verla por primera vez, es como si nunca la hubiese visto en fotos ni en películas. Ha sido una sensación muy agradable.
Este emblema parisino me ha impresionado porque he entendido que no es un simple conjunto armónico de hierro, si no que es un cúmulo en sí de emociones. Si París está triste ella también lo está y la apagan. En cambio, si los parisinos están contentos ella también lo está y se pone guapa con los colores de la bandera francesa o con otros que vengan a cuento. Digamos que está humanizada. Esto es lo que verdaderamente me ha emocionado de ella.
No cabe duda que otro de los motivos por los que he mitificado a París ha sido por la música. Han sido algunos los cantantes franceses que siempre han estado presentes y configurando la banda sonora de mi vida. Todo ello gracias a mi madre, la que hizo que amara y forjara el tan ecléptico gusto musical que me he ido forjando a lo largo del tiempo y del cual, me siento sumamente orgullosa y cuido celosamente. Cantantes como Charles Aznavour, Edith Piaf, France Gall... y actores como Maurice Chevalier, Catherine Deneuve... han formado parte de ese mi universo.
Siempre he pensado que cuando llegara a París automáticamente iba a escuchar en sus calles cualquier acorde de "La vie en rose", "La bohême"... Jjj, la verdad que no ha sido así pero sé que en algún lado de mi mente sí que han estado sonando.
Y como no puede ser de otra forma, al ser una multicoleccionista siempre aprovecho la oportunidad que se me presente para conocer tiendas, mercadillos, ferias... de juguetes.
París posee un mercado de la pulga y por supuesto alguna que otra tienda dedicada al coleccionismo vintage de muñecos.
En mi estancia en la ciudad he podido visitar dos tiendas que para mí han sido dos museos más que visitar y conocer. Tengo que decir que aunque no sé francés y mi inglés no es muy fluido, el idioma no ha supuesto ninguna barrera ni para mí, ni por supuesto para los dueños de la tienda que me atendieron con muchísima amabilidad y paciencia. En todo momento a pesar de la dificultad idiomática hicieron todo lo posible por entenderme y para que yo les entendiera. Me orientaron e incluso me dijeron que me podían vender a España material siempre que quisiera, jjj.
Siempre es bueno viajar para conocer culturas, idiosincrasias, gastronomías y por supuesto arte. A los coleccionistas nos gusta lo mismo. Además queremos aprovechar la oportunidad que se nos brinda de encontrar, aquel tesoro que habitualmente en nuestro hábitat se nos suele resisitir y por otro lado porque nos gusta valorar y comparar.
Quiero destacar algo muy valioso para mí y a la vez importante. En ningún momento me han intentado engañar. El producto ofrecido ha sido de muy buena calidad y eso hace que el precio suba algo comparado con Madrid, aunque francamente no mucho. Aquí en Madrid ya están los precios bastante subiditos y encima en muchas ocasiones el material está defectuoso y lo que es peor te intentan engañar. Así que no me importa pagar más pero tener la sensación de que he hecho una buena compra. De esa forma gana el vendedor pues adquiere una nueva clienta, aunque sea extranjera y el comprador, como es mi caso, se va feliz y con ganas de volver. Esta forma tan limpia de trabajar se echa en falta muchas veces en nuestro país, tanto en tiendas especializadas (por desgracia en España casi no existen), como en rastros, mercadillos, ferias...
Os muestro algunas de mis adquisiciones en París.
En fin vengo entusiasmada de un viaje parisino y tengo muy claro que volveré no tardando mucho, pues una vez conocida y pateada se ha convertido en un destino de fin de semana o de puente.
Mamá, sé que tu gran ilusión fue conocer París y no pudo ser. Parte de la mitificación que le profeso a la ciudad viene de ti. La cantidad de veces que te habré escuchado hablar de París, y de lo que hubieras hecho allí. Solo puedo decirte que te habría entusiasmado. Sé que lo habrías vivido muy intensamente como solías acostumbrar a vivir todo aquello que te ilusionaba y amabas.
Es una pena que nos abandonaras tan joven y no hayas podido realizar el viaje de tus sueños. Pero también sé, que en este viaje no he estado sola. Sé que de alguna forma has estado presente, me has acompañado y me has protegido. Por lo que intuyo que a través de mis ojos y mis vivencias también de alguna manera lo has podido disfrutar. Sobre todo al verme a mí tan feliz allí.
Jjj, lo que hubieses disfrutado subiendo a la Torre Eiffel, dando una vuelta en barco por el Sena, yendo a Notre-Dâme (yo he llegado a sentir a Quasimodo dentro de la catedral como si me mirase, jjj), paseándote por ese París tan bohemio que nos han vendido los americanos en sus múltiples películas, es decir, callejeando por Montmatre, descansando en los Jardines de las Tullerías teniendo a tu espalda el Louvre y mirando hacia el obelisco de la Concordia y al Arco del Triunfo a lo lejos. Son tantos los estímulos que tiene la ciudad que me es difícil decirte lo que más te hubiera gustado.
Te hubiera deleitado la bollería francesa: croissants, napolitanas de chocolate... así como las crepes uff, ¡qué peligro hubieras tendido!, jjj.
En fin mamá que sepas que me he acordado muchísimo de ti y te he tenido muy presente.
La compañía en este vieja ha sido esencial, lo mejor. Alguien me dijo hace ya unos 13 años que una ciudad no es romántica en sí, sino que lo es por la compañía que se lleve. Creo que en parte llevas razón por lo que te digo que SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS.
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