Si hay algo que me gustaba cuando era una peque era comer golosinas. ¡Qué recuerdos! ¡Me encantaba!
Había dos momentos sagrados en los que obteníamos golosinas mi hermano y yo.
- Uno estaba claro, cuando íbamos a casa de mi abuela. Además de las chucherías que nos solía tener en su casa para cuándo llegáramos, nosotros sabíamos que había un momento mágico a lo largo de la tarde y el cuál deseábamos que llegara. Ese momento era aquel en que nos íbamos a dar una vuelta mi madre, mi hermano y mi abuela por el barrio y después terminábamos en nuestra adorada Cacharrería donde conseguíamos algún que otro tesorito. A continuación nos íbamos a una magnífica y añorada por mí, fábrica de patatas fritas, que estaba ubicada en la Corredera Alta de San Pablo y que a día de hoy por desgracia ya no existe, pero me gusta seguir pasando por allí y pararme en el local y dejar volar mi imaginación, para traer por breve momento aquellos recuerdos de mi infancia que se desarrollaron en aquella tienda y que me hicieron tan feliz. Me encantaba llegar abrir la puerta y pasar solo para recrearme en el olor a variantes y patatas fritas.¡Madre mía, parece que lo estoy oliendo ahora mismo! Recuerdo que comprábamos aceitunas (la pasión de la familia), patatas fritas (para ver el partido de fútbol del sábado por la tarde noche) y por supuesto lo que se nos antojara tanto a mi hermano y a mí. Desde bolsas de gusanitos rojos (cuanto más mancharan las manos y pringosas se nos pusieran mejor), pajitas, triskis (sagrados) y por supuesto chicles (de bola, cheiw, bang bang y los boomer).¡Qué añoranza! Cada vez que paso por allí no puedo evitar que me asome una sonrisa por la cara, ya que cuando eso ocurre es que estoy en otro tiempo que fue delicioso.
- Otro momento era el del domingo por la mañana, cuando mi madre iba a comprar el pan y se pasaba por el kiosko del barrio y además del periódico deportivo para mi hermano y para mí, nos traía una bolsita de triskis a 10 pesetas y dos chicles a 5 pesetas, excepto cuando traía el bolón que costaba sino recuerdo mal 10 pesetas.
El resto de los días ni las olíamos. Es más creo que ni nos acordábamos de que existían, jjj.
Bueno pues entre todas las golosinas las que más ansiaba eran los chicles. Quizás porque eran los que más averías nos producían en los dientes, quizás por esos sabores tan intensos que tenían, quizás porque cuando te cansabas te lo sacabas de la boca para verlo y te lo volvías a meter y las manos se te quedaban ideales de pringosas para ponerlas en el sitio más inoportuno según tus padres, quizás porque podías hacer bombas con ellos, .... Pero si hay una razón de peso en mi caso está claro, esa es el cine. Recuerdo que la mayoría de los personajes de las películas que veía, sobre todo las que estaban hechas en los 80 y estaban dedicadas a los niños y adolescentes, los protagonistas solían hartarse a mascar goma o al menos los más rebeldes que solían ser los que más molaban.
Un film que me influyó mucho fue sin duda Grease (1978). Poco voy a comentar de esta fantástica película que no puedo dejar de ver cada vez que la echan en la televisión, ya que es un clásico conocido por todos. Aquí los personajes, sobre todo los masculinos, no paraban de mascar chicles dándoles esa actitud chulesca y de tipos duros que a los mitómanos nos encanta. Solemos justificarlos bien porque nos da la sensación de que son chavales incomprendidos por su entorno, bien porque no han tenido una buena infancia o sencillamente porque es propio de la adolescencia. En cambio con las chicas no pasaba lo mismo. Aquí ya tomaban un matiz diferente, o al menos a mí la información que me llegaba era distinta, que si lo tomaban los chicos. Las que lo mascaban daban la sensación de o de tontonas o de rebeldes, por no decir de "ligeritas de cascos".
Yo debido a esa percepción me identificaba con ellos y no con ellas, me gustaba el estilo de chulería granuja de adolescente que tenían ellos. Quizás en mi caso esta fue una de las causas por las que me empezaron a gustar los chicles, jugando a identificarme con ellos, ojo no con ellas.
Recuerdo la gran cantidad de tipos de chicles que he tomado, pero los que rememoro con más cariño y han formado parte de mi mundo de golosinas esos han sido sin duda los siguientes: los fantásticos Cheiws, los fabulosos Bang Bang y por supuesto los Boomer.
La melodía de este anuncio me encantaba pues me recordaba ese aire de chulería y frescura al mismo tiempo que me transmitía la película de Grease.
Y en los Boomer me voy a centrar. Ya que recientemente he obtenido esta magnífica pieza.
¡Qué maravilla! Se trata de una hucha con forma de la cabeza del digamos protagonista del chicle Boomer. No sé a vosotros pero a mí este individo me recuerda, guardando la distancia y por su elasticidad al superhéroe de los Cuatro Fantásticos, el Hombre Elástico o Mr Fantastic.
El artículo que he obtenido es del merchan del chicle. Y yo que soy una amante de los muñecos y del merchan de mi infancia, no me he podido resistir a quedármela.
Este chicle era ideal, por sus sabores clásicos: fresa, menta, cola y por aquellos más atrevidos: melón, sandía, Coca Cola, mandarina, clorofila, fresa ácida natillas,... Y por supuesto nos hizo las delicias con su formato llamado kilométrico.
Venía en una caja redonda enroscadillo, ibas tirando y comiendo, dando la sensación que era larguísimo, aunque dudo mucho que fuera así. La verdad, que cuando eres pequeño todo lo que te gusta te parece fabuloso y no le ves los defectos. Esa es una de las maravillas de la mente de los niños, su limpieza e ilusión.
En fin,... gracias a las golosinas en general y a los chicles en particular puedo dejar volar mi imaginación y permitir que afloren todos mis recuerdos de niñez asociados a ellos y que al evocarlos hacen que me sienta muy bien.
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